En artes gráficas, el doble proceso de ajustar un aparato para que funcione de forma equilibrada y óptima —calibración propiamente dicha— y, a la vez, obtener una descripción de este funcionamiento que sea utilizable para su relación con otros dispositivos en el tratamiento de los materiales —caracterización del dispositivo—.
Hasta la aparición de la moderna administración del color, con su creación y uso de perfiles de color, la calibración de los aparatos de artes gráficas sólo abarcaba realmente el primer proceso: La calibración propiamente dicha. Los aparatos se limpiaban, requilibraban y ajustaban para que su comportamiento fuese el mejor posible, no contuviera desviaciones indeseadas y correspondiera, en lo posible, a unos estándares esperados; por ejemplo: se incluían tiras con distintas densidades de trama en los fotolitos y éstas se medían con densitómetros. Si los resultados obtenidos no se correspondían con lo esperado, se reajustaban los componentes hasta que los valores esperados y obtenidos eran suficientemente cercanos.
En este sentido, el proceso de calibración es y será imprescindible porque en un proceso productivo es necesario que las máquinas mantengan siempre un comportamiento constante, esperado y conocido y es inevitable que el comportamiento de las máquinas se altere poco a poco: Los reveladores se consumen, los láseres se desequilibran, los fósforos de las pantallas se gastan... Si hicieramos un símil con un instrumento musical, la calibración es la afinación del instrumento: Hacer que un do sostenido sea un do sostenido y, si la cuerda se ha destensado, corregirlo.
La segunda parte del proceso, la caracterización suele hacerse a la vez que la calibración y por eso muchas veces no se distingue entre ambas, pero son dos procesos distintos. Una vez calibrado el dispositivo, la caracterización es el proceso de crear un perfil de color que describe su comportamiento de una forma estandarizada que otros aparatos pueden entender a través de los programas informáticos adecuados. Realmente la caracterización no aparece hasta que surge la moderna administración del color.
Dado que la caracterización es la descripción de cómo entiende el color un aparato, describirlo sin reajustarlo suele tener poco sentido, aunque es perfectamente posible. A veces, cuando no es posible calibrar un aparato, lo único que podemos hacer es caracterizarlo hasta que vemos que el resultado es demasiado limitado y sólo queda eliminar el dispositivo.
Estandarización frente a optimización: a veces no interesa calibrar un aparato para que funcione de una forma óptima, sino que es mejor calibrarlo alterando su comportamiento lo necesario para que responda al comportamiento descrito por un perfil de color estandarizado internacionalmente conocido. En esos casos, la calibración se ajusta para que responda a una caraterización, no al revés. Ese es un caso muy habitual en rotativas que se atienen a una norma ISO: En vez de obtener el resultado óptimo en cada caso, se sacrifica ese extra en favor de la estandarización y la posibilidad de que todos los trabajos que entreguen los clientes se atengan a ese estándar.